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10 set 2020
Informe sobre la Situación Internacional y de América Latina
Atilio de Castro, Partido Obrero Revolucionario de Brasil – 9 de agosto de 2020
1. Trotsky fue asesinado en suelo latinoamericano. Llegó el 9 de enero de 1937 a México y perdió la vida el 20 de agosto de 1940. En tres años y medio conoció las peculiaridades de América Latina, lo cual solo fue posible observando las especificidades de los países que componen el Continente. Poco antes de la Revolución Rusa, estaba en Estados Unidos, decidido a regresar a Rusia, fue arrestado y confinado en un campo de concentración en Canadá. Esta vez, se refugió en México, perseguido, no por la burguesía, sino por la dictadura burocrática de Stalin. Esta persecución, que lo llevaría de vuelta a un confinamiento en América, ciertamente no podría haber sido imaginada como posible por ninguno de los revolucionarios bolcheviques. Los designios de la historia no reservarían a Trotsky la pérdida de la vida en suelo europeo, asiático o africano, sino en suelo latinoamericano.
Trotsky se preocupará, inmediatamente, por comprender y dar respuesta a los nuevos problemas planteados por la revolución y la contrarrevolución mundial, cuyos reflejos en los países semicoloniales de América Latina tuvieron una especial importancia, debido al dominio del imperialismo estadounidense en la región, presentada como una especie de apéndice. La guerra imperialista se acercaba y estallaría en 1939. Se cumplieron las predicciones de Trotsky de que el fascismo reflejaba la profunda descomposición del capitalismo y el enfrentamiento entre las potencias por una nueva división del mundo. Inevitablemente, Estados Unidos arrastraría a América Latina detrás de sus orientaciones de guerra y su política de dominación.
En ese momento, las tendencias nacionalistas se estaban desarrollando en varios países de América Latina, incluido México. El gobierno de Lázaro Cárdenas, por ejemplo, se atrevió a nacionalizar el petróleo. En Perú, el nacionalismo del APRA, bajo el mando de Haya De la Torre, se enmascaraba de antiimperialista. La necesidad de las burguesías nacionales, de obtener un cierto grado de independencia del imperialismo, no solo el estadounidense, sino también el inglés, recurría al apoyo de la clase obrera y los campesinos. Como tal, los gobiernos nacionalistas asumieron el carácter del régimen bonapartista. Su antiimperialismo concluía de rodillas ante Estados Unidos. El estalinismo, a su vez, se perfilaba en torno a los Estados Unidos, basándose en la falsa distinción entre imperialismo democrático e imperialismo fascista. Lo que le llevó, inicialmente, a acusar a Cárdenas de agente del fascismo, para luego dar la vuelta, sometiéndose al nacionalismo burgués.
Aún como Oposición de Izquierda Internacional, más tarde, ya como Cuarta Internacional, Trotsky se guía por la tarea de levantar los partidos revolucionarios en América Latina. Habría de responder a la dominación imperialista, al nacionalismo y, en particular, al estalinismo, como corriente mundial contrarrevolucionaria. En sus diversos escritos, que incluyen entrevistas y cartas, Trotsky desarrollará los fundamentos programáticos de la revolución proletaria en América Latina. Fundamentos que se habían basado en el programa de la Tercera Internacional de sus Primeros Cuatro Congresos, y que habían sido sometidos al revisionismo estalinista, desde su V Congreso. Se trataba de organizar las secciones de la IV Internacional, aplicando el Programa de Transición en las condiciones concretas de las realidades nacionales, es decir, formular el programa de la revolución proletaria como expresión de las leyes generales de transformación del capitalismo en socialismo, que se manifiestan en el desarrollo particular del capitalismo semicolonial.
Trotsky identificará el atraso de las fuerzas productivas en América Latina en general y, en particular, en cada país que los asemeja y los diferencia. La dominación imperialista se levantó y se levanta como el obstáculo histórico, imposibilitando resolver las tareas democráticas, que tienen sus raíces en la formación colonial. Por eso los países latinoamericanos continúan padeciendo la ausencia de independencia nacional. El atraso de las fuerzas productivas expone la interdependencia entre pre-capitalismo y capitalismo. El peso del campesinado y de los indígenas dan dimensión de la necesidad de la revolución agraria. La independencia nacional y la revolución agraria son dos tareas democráticas, que las burguesías nacionales no han podido resolver y ya no podrán resolver. Sólo el proletariado, en alianza con el campesinado, puede liderar un movimiento de independencia nacional y liquidación del yugo terrateniente. La revolución democrática, por tanto, se llevará a cabo bajo la forma de revolución proletaria.
La fuerza del nacionalismo burgués entre las masas requería una táctica particular, encaminada a desarrollar la independencia de clase de la burguesía. La independencia se lograría en la lucha contra el imperialismo y en la demostración, a través de la experiencia, de las limitaciones e incapacidades del nacionalismo burgués. El apoyo a medidas concretas del gobierno nacionalista, que chocan con los intereses del imperialismo, no se puede convertir en apoyo a la burguesía nacional, al contrario, es por donde la política del proletariado se enfrenta al imperialismo, y se fortalece, frente al nacionalismo burgués. .
La aspiración de la unidad de América del Sur, expresada por el nacionalismo, que tiene su origen en la aspiración de Simón Bolívar, no podría concretarse, salvo por revoluciones proletarias. La unidad del proletariado latinoamericano permitirá lograr la independencia del continente semi-colonial frente al imperialismo, bajo la bandera de los Estados Unidos Obreros y Campesinos de América Latina.
Es bajo el programa de los que el partido revolucionario ayuda al proletariado a agotar sus experiencias con el nacionalismo burgués, promover su independencia de clase y dirigir la lucha antiimperialista. La estrategia programática, por lo tanto, es la dictadura del proletariado. Sin la clase obrera derrotando a la burguesía interna y conquistando el poder del Estado, no es posible imponer la independencia nacional, y cumplir con las demás tareas democráticas, necesarias para el desarrollo de las fuerzas productivas y la construcción del socialismo.
2. Trotsky demostró -a través de la lucha contra el revisionismo estalinista, de la realización de la experiencia con el nacionalismo burgués, de la exposición de las principales características del momento de la crisis mundial del capitalismo, de los reflejos de la guerra imperialista en América Latina y el análisis de aspectos históricos, políticos y económicos de la región, así como la composición y relación entre clases– el camino por donde se levantarán las secciones de la IV Internacional. Tuvo así, la posibilidad de observar y reconocer a América Latina como un pilar para el fortalecimiento de la nueva Internacional y para la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, destruido por la política traidora del estalinismo.
El desarrollo de la crisis en América Latina y el auge de las luchas obreras y campesinas fueron los encargados de confirmar las críticas marx-leninistas a la estrategia de la III Internacional degenerada, de subordinar los explotados a una fracción de la burguesía nacional y al propio imperialismo; y de evidenciar el acierto del rechazo a la táctica del frente popular. La confluencia del nacionalismo estalinista con el nacionalismo burgués favoreció a las fuerzas de la contrarrevolución, que siempre combatieron la política y la organización independiente del proletariado.
La aplicación de la táctica del frente popular tuvo como resultado el estrangulamiento de las tendencias instintivas de los explotados al enfrentamiento con los gobiernos burgueses y con la esclavitud, impuesta por la gran propiedad privada de los medios de producción y por la opresión imperialista. Los frentes populares se convirtieron en obstáculos para la lucha antiimperialista por la independencia nacional, por la revolución agraria y por la expropiación revolucionaria de la clase capitalista. El estalinismo, subordinándose a la fracción nacionalista de la burguesía, colaboró para que la mayoría oprimida no encarnara las tareas democráticas de los países semicoloniales, y avance hacia la expropiación revolucionaria del gran capital nacional e imperialista.
El contenido histórico de esta experiencia se manifestó finalmente en toda su plenitud, luego de 33 años de la muerte de Trotsky, con el golpe fascista en Chile. Se abortó la revolución proletaria, que daría impulso a la revolución latinoamericana, que rompería el aislamiento de la revolución cubana, y que fortalecería la lucha internacional del proletariado. La revolución en Chile potenciaría la lucha revolucionaria en Bolivia, país en el que el POR encarnó plenamente los lineamientos de la IV Internacional, penetrando en el proletariado minero y forjando el programa de la revolución proletaria. El fracaso en la creación de partidos marx-leninista-trotskistas en otros países latinoamericanos contribuyó al aislamiento del POR. Esto hizo imposible tomar medidas para superar la crisis de la dirección revolucionaria.
Las masas proletarias y campesinas, sin embargo, se enfrentaron y enfrentan diariamente a los gobiernos burgueses, dictatoriales o democratizadores, francamente proimperialistas o nacionalistas, entreguistas o reformistas. La lucha de clases en América Latina se basa en la brutal opresión de los terratenientes contra los campesinos y la explotación violenta del trabajo asalariado. El capitalismo en la era imperialista de la desintegración no da paso al nacionalismo burgués y al reformismo pequeñoburgués. Esto no significa que el nacional-reformismo no sea el mayor obstáculo para la lucha de clases del proletariado y las masas campesinas. Por el contrario, aprovechando la crisis de la dirección revolucionaria, los aparatos sindicales y partidarios desvían la revuelta de masas hacia el callejón sin salida del electoralismo y el parlamentarismo, en definitiva, de la democracia burguesa oligárquica. La política de conciliación de clases ha sido responsable de las derrotas de numerosos levantamientos. Debido al enorme atraso organizativo de los explotados en el campo de la independencia de clase. Y por el encubrimiento del imperialismo como principal enemigo de la nación oprimida.
Estamos a más de ochenta años de la lucha de Trotsky, encerrado en Coyoacán, y la crisis mundial ha llegado a uno de los puntos más altos de la posguerra. América Latina se descompone, con el bloqueo de las fuerzas productivas industriales y con limitaciones a las fuerzas productivas agroindustriales.
Las formulaciones programáticas y la estrategia internacionalista de los Estados Unidos Socialistas de América Latina, de la IV Internacional, bajo la dirección de Trotsky, se proyectan irresistiblemente de las condiciones objetivas de la crisis mundial, que estalló en 2008, teniendo como epicentro a Estados Unidos.
3. La pandemia marca profundamente la situación mundial. Esto se debe a que acelera y profundiza la crisis económica, que persiste desde hace más de una década. Y también porque impulsa y expande la barbarie social. La incapacidad de la burguesía y sus gobiernos para defender la vida de las masas, expresa la caducidad de esta clase y la necesidad de que el proletariado se levante como dirección de la mayoría oprimida, contra las burguesías nacionales y el imperialismo. La mortalidad en todo el mundo y, en particular, en América Latina, ha obligado a sectores de la burguesía y pequeña burguesía a utilizar la catástrofe para sobreponer una catástrofe aún mayor, que es la destrucción masiva de puestos de trabajo, la reducción de valor de la fuerza de trabajo y el impulso de las actividades informales. No cabe duda sobre el fracaso de la política burguesa de aislamiento social y la incapacidad de responder a la situación de emergencia a través de la salud pública, que se ve quebrada y aplastada por el predominio de la salud privada.
La pandemia acabará siendo controlada, después del mayor número de muertes colectivas de los últimos tiempos, pero la clase obrera y demás explotados seguirán enfrentando el avance del desempleo, la pobreza y la miseria. La burguesía no tiene otro camino que descargar la descomposición de las fuerzas productivas del mundo sobre los hombros de los explotados, que chocan con las relaciones de producción capitalista, bajo la forma de monopolios, que se ven fortalecidos por las consecuencias de la pandemia.
El imperialismo, con Estados Unidos a la cabeza, muestra signos de que la guerra comercial se expandirá, en lugar de detenerse y retroceder. Tiene como paralelo a la situación de crisis económica, que condujo a las dos guerras mundiales. En particular, un paralelo a los antecedentes de la Segunda Guerra Mundial, de la que surgió el fascismo.
Se combinan la intensificación de las tendencias bélicas con la reconstitución de las tendencias dictatoriales y fascistas. La democracia burguesa, restablecida en la posguerra, es impotente ante la necesidad del gran capital, para descargar la crisis sobre las masas y los países semicoloniales. Las masas oprimidas, entre ellas un poderoso contingente de jóvenes desempleados y subempleados, no dejaron de reaccionar ante la avalancha de contrarreformas que se han impuesto en el último período y en todas partes. La pandemia permitió a la burguesía y sus gobiernos interrumpir temporalmente el curso general de la lucha de clases. Las innumerables manifestaciones localizadas, a su vez, indican las tendencias más profundas para reanudar la lucha. Combates que, en América Latina, fueron encabezados por el levantamiento popular en Chile. La crisis revolucionaria que llevó a la caída, en Bolivia, del gobierno nacional-reformista, completamente sometido a los intereses generales de la burguesía y el imperialismo, no ha terminado. El regreso de los peronistas al poder en Argentina se produjo en las condiciones en las que el gobierno está obligado a someter aún más al país al imperialismo. La victoria del nacional-reformista Manuel Obrador terminó rápidamente en sumisión a Estados Unidos y, en particular, en adaptarse a las presiones de Donald Trump. En Brasil, la dictadura civil de Temer, constituida con el golpe de 2016, acabó con su gobierno chocando con las masas. Y el gobierno de Jair Bolsonaro, que lo sucedió, elegido por voto popular, no logró establecerse como bonapartista, reflejando la enorme crisis económica y política. En Ecuador, el gobierno nacional-reformista de Rafael Correa colapsó, dando paso al gobierno débilmente proimperialista de Lenín Moreno. En Perú predomina la inestabilidad política, con los partidos podridos de la burguesía y el gobierno de Martín Vizcarra, un servidor de Estados Unidos. La rendición de las FARC en Colombia no ha servido para fortalecer la democracia burguesa, que actúa como caja de resonancia de la política estadounidense, y la clase obrera ha dado señales de tomar la delantera en las luchas. La pandemia permitió que el gobierno nacional-reformista de Nicolás Maduro se tomara un respiro ante el enfriamiento provisorio de la ofensiva de Trump, apoyado por gobiernos pro-imperialistas en América Latina. Cuba también tuvo un momento de paz, en el mismo sentido que Venezuela, pudiendo administrar el proceso de restauración capitalista.
Esta situación tiende a cambiar, en el próximo período, con el fin de la pandemia, el agravamiento de la crisis económica y el regreso de las masas a la lucha. Retorno que empezó a surgir. En Estados Unidos, la jornada de lucha contra el racismo tuvo, como base del estallido popular, el aumento del desempleo y la completa desprotección elemental de la vida de los estratos más oprimidos. No hay forma de que el gobierno francés modifique su política de contrarreforma, que desencadenó las luchas y que las volverá a desencadenar. Los levantamientos en el Líbano surgen en una situación en la que el imperialismo busca cercar a Irán, y liquidar las defensas del nacionalismo. China se vio obligada a imponer el orden por la fuerza en Hong Kong, sacudida por constantes revueltas. En el patio trasero de Rusia, Bielorrusia está convulsionada después de las elecciones.
Estos ejemplos son suficientes para observar las tendencias más profundas hacia la descomposición del capitalismo y el agravamiento de la lucha de clases. Estas tendencias favorables a la lucha del proletariado ponen de manifiesto la crisis de la dirección revolucionaria. La burguesía, en todas partes, cuenta a su favor con la ausencia de partidos revolucionarios, arraigados en las masas y organizados como vanguardia del proletariado. Si esta afirmación es necesaria, también es obligatorio reconocer que las condiciones son mucho más favorables hoy que ayer, para dar pasos en la tarea de construir partidos revolucionarios, como parte de la reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la Cuarta Internacional.
En el momento en que Trotsky verificaba que el nacionalismo burgués tenía por contenido alcanzar cierto grado de independencia del imperialismo, hoy se muestra históricamente agotado, aunque sigue entorpeciendo políticamente el camino de la revolución proletaria. El nacional-reformismo, ahora, maniobra para ocultar su impotencia frente a las multinacionales y su seguidismo a las disputas interimperialistas. Estando en el poder, no hay forma de tomar medidas antiimperialistas, aunque sean limitadas. La palabrería sobre soberanía y desarrollo nacional pronto se disuelve, bajo la presión de la burguesía, para garantizar los intereses del parasitismo financiero y descargar el peso de la desintegración del capitalismo sobre la mayoría oprimida.
El fracaso del «nuevo» ciclo nacional-reformista, que siguió al ciclo del «neoliberalismo», favorece los esfuerzos de las vanguardias por establecer el partido marx-leninista-trotskista. Es en este contexto que se manifiesta también la impotencia y el paulatino agotamiento del centrismo, que renunció a la estrategia de la dictadura del proletariado, y que busca confundir a la vanguardia haciéndose pasar por “trotskista”.
El programa que establece la unidad entre la revolución democrática y la revolución proletaria debe ser la base sobre la que trabaje la vanguardia marx-leninista-trotskista para superar la crisis de dirección. Es necesario establecer dentro de los explotados la estrategia de poder, que es la dictadura del proletariado, que en América Latina se expresará a través del gobierno obrero y campesino. Hoy, más que ayer, la estrategia de poder del proletariado se impone como condición para separar a los explotados de los explotadores, para desarrollar la organización independiente de la clase obrera, y para derrotar las políticas y maniobras que dividen a la mayoría oprimida. La defensa de la estrategia del gobierno obrero y campesino, en las condiciones concretas de la lucha de clases, permite a la vanguardia intervenir con la política del proletariado dentro de los movimientos dirigidos por la pequeña burguesía. Permite distinguirse de las diversas variantes del reformismo y del centrismo, que se apoyan en el descontento de la clase media para mantener a la clase obrera en la retaguardia, soportando el mayor peso de la desintegración del capitalismo y las contrarreformas. La demostración sistemática de que sólo la revolución proletaria puede acabar con el desempleo, el subempleo, la discriminación, el hambre y la miseria se vuelve fundamental para la táctica de unidad de la mayoría nacional oprimida en torno al proletariado.
El Comité de Enlace para la Reconstrucción de la IV Internacional se constituye en instrumento de la lucha mundial de la clase obrera por la superación de la crisis de dirección. Impulsa a sus secciones, en el sentido de organizar al proletariado bajo la estrategia de la revolución socialista, y trabaja por la formación del partido-programa en todas las latitudes.
POR Brasil – MASAS nº 617